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Células humanas

Las células humanas pertenecen a un humano

La bióloga Cristina Oyonarte explica, desde una perspectiva científica, por qué la destrucción de células humanas durante un aborto voluntario implican necesariamente la destrucción de un ser humano.

Cuando pensamos en un aborto voluntario o una “interrupción voluntaria de un embarazo”, lo que nos debería inquietar únicamente es si estamos interrumpiendo —más bien “finalizando”— la vida de un niño o simplemente de unas células. ¿Es un niño lo que hay dentro de esa mujer o son células que crecen como un tumor? Porque, dependiendo de ello, le aplicaremos los derechos propios de una persona o no, empezando por el derecho a la vida.

Desde la ciencia, hay muchos argumentos que nos hacen pensar que el ser que surge en la fecundación es el mismo que el adulto en que se desarrolla en unos años. Por ejemplo la continuidad en el crecimiento de un individuo nos lleva a creer que, desde el momento en que se forma el cigoto (primera célula resultante de la unión de un óvulo y un espermatozoide) se comienzan a dar una serie de cambios bioquímicos y fisiológicos contínuos y no es posible determinar un momento en que este ser sea distinto del que le sigue. No hay un momento concreto en que un individuo pase biológicamente de ser niño a adolescente o de adolescente a adulto; como tampoco hay un momento exacto en que pasa de ser embrión a feto. Todas estas separaciones son maneras de hablar pero no  hay un cambio biológico que los diferencie puesto que es un desarrollo contínuo, el único momento en que se da un cambio abrupto es la fecundación.

Reflexionemos ahora sobre algunos hechos científicos en el campo de la genética y la bioquímica, que nos hace pensar a cualquier científico que desde que somos cigoto, somos humanos.

Biológicamente sabemos que toda célula pertenece a una especie concreta puesto que tendrá unas características comunes al resto de células de esta especie, como puede ser el número de cromosomas. Por ejemplo, en la especie humana todas las células, ya sean de hueso, corazón o cualquier otro tejido, tienen 46 cromosomas. En cada célula de un individuo encontramos la información genética de todo este individuo (información para el número de piernas, color de ojos, funcionamiento de los órganos…). No existe ninguna célula que no pertenezca a ninguna especie; si la encontráramos, se trataría de una especie nueva.

Además, toda célula o bien es un organismo unicelular (tipo bacteria) o pertenece a un individuo pluricelular (como las plantas o los animales). No existe una célula de un organismo pluricelular que subsista por sí sola separada del individuo del que forma parte por mucho tiempo.

Así, si encontramos una célula, sabemos que pertenecerá a una especie y sabemos que se tratará o de un organismo unicelular o de parte de un individuo pluricelular.

Por otra parte, es cierto que las células de un individuo tienen la información genética que le caracteriza como miembro de su especie pero también información genética única que le diferencia como individuo distinto a los demás de su especie.  

Podemos concluir entonces que, si en el cuerpo de una mujer encontramos unas células que no pertenecen a esa mujer pero que, por sus características e información genética vemos que sí pertenecen a la especie humana, han de ser de otro individuo humano, no pueden ser células de un organismo pluricelular que no existe, y por tanto deben pertenecer a un individuo humano distinto de la madre.

Cristina Oyonarte Gómez
Bióloga y profesora

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