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vida y esperanza

Hay vida mientras hay esperanza

Hay dos periodos claves en la existencia humana, el principio y el final de la vida, que se caracterizan por tener en común tres condiciones esenciales: la necesidad de tiempo, de espacio y de cuidados.

El ser humano desde el mismo momento de la concepción y durante el periodo embrionario y fetal, necesita de tiempo y espacio. Precisa de un periodo de tiempo de 9 meses y del espacio que le proporciona el útero materno para poder desarrollarse. Al nacer, el ser humano es tan indefenso, comparado con las criaturas de otras especies, que requiere desde su llegada al mundo de cuidados. Cuidados corporales continuos que puedan satisfacer sus necesidades más elementales. Sin estos cuidados, un niño recién nacido difícilmente puede sobrevivir, y sin el tiempo necesario para su crecimiento en el útero materno ni siquiera puede llegar a nacer. 

Permitir que una vida humana se desarrolle en el útero de su madre y que nazca requiere no solo de estas tres condiciones: tiempo, espacio y cuidados; sino sobre todo requiere de esperanza, la esperanza que surge del valor único e insustituible de cada vida humana. 

Las personas con enfermedades terminales necesitan también de tiempo, espacio y cuidados. El tiempo que marca el curso de su enfermedad y el tiempo que sus cuidadores les dedican. Así como del espacio en hospitales o en sus propios domicilios adaptados para proporcionar esos cuidados paliativos que necesitan para evitar o aliviar el sufrimiento. Los últimos días de vida de las personas que padecen enfermedades crónicas o terminales pueden ser de gran importancia si quienes les atienden saben cómo tratarlos y qué cuidados proporcionarles.  

Es bien conocido que la mayoría de los enfermos terminales tienen temas pendientes; un reencuentro largamente esperado, algo nunca dicho que necesitan transmitir, asuntos que resolver, o simplemente la necesidad de compartir sus últimos días con su familia, amistades, o el personal sanitario y cuidadores. La esperanza de poder hacer algo que dé sentido a la vida mientras ésta dure es lo que les permite afrontar el final natural de sus días con dignidad y paz.

La fuente de la esperanza es la confianza en el valor de la vida humana, desde el mismo momento de la concepción hasta su desenlace natural.  Cada ser humano es un reflejo del amor de Dios por el hombre, su principio y su fin son guiados por Él. Todo lo que tenemos que hacer nosotros para que haya vida, es mantener la esperanza en ese Amor. 

Teresa Jiménez
Médico

Esta entrada tiene 5 comentarios

  1. Excelente artículo! Enhorabuena!
    Los cuidados paliativos, juntamente con la familia, pueden dar a los enfermos el tiempo, el espacio y los cuidados que se comentan en el artículo. Lo que se necesita es potenciar (esto es, más recursos humanos y económicos) a las unidades de cuidados paliativos de los hospitales.
    Ayudar a morir no es la solución, hay que ayudar a vivir!!

    1. Precioso artículo. Cuidar al débil no sólo dignifica al atendido sino también al cuidador. Optar por los atajos de muerte al principio o al final de la vida es una indignidad y una negación de la condición humana del no-nato y del enfermo terminal.

      1. La dignidad y la paz con la que vive y muere un ser humano nace de sentirse valorado, cuidado y amado por los demás, desde el principio al fin de su vida

  2. Ayudar a los demás a vivir, a superar las dificultades, los temores y las angustias, a apoyarles y cuidarles en los momentos más vulnerables de sus vidas -el principio y el fin natural de la misma- es lo que nos hace a todos más humanos y lo que dota a la persona de dignidad

  3. Muy buen artículo. No puedo estar más de acuerdo. Sin duda hay que centrarse en vivir con dignidad más que morir con ella.

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