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Madre abrazada a su hijo

Tengo el corazón encogido

Tengo el corazón encogido al ver cómo toda esta cultura de muerte que nos rodea está invadiendo este mundo al que tanto amo, este mundo lleno de criaturas y paisajes hermosos que el Señor nos regaló, y cómo el hombre no sólo lo destruye sino que además se intenta aniquilar a sí mismo en el mayor genocidio de la historia.

Soy la mayor en mi familia y sólo tengo un hermano dos años menor que yo. Recuerdo como, siendo una niña de apenas 7 ú 8 años, le pedía insistentemente una hermanita a mi madre. Soy muy cabezota, aun ahora, así que seguro que debí repetírselo hasta el cansancio.

Recuerdo cómo un día mi madre, supongo que ya cansada de escucharme, me contó cómo había estado a punto de tenerla/o, ya que se había quedado embarazada una tercera vez, pero que llevaba los embarazos muy mal, y luego el horror del parto; así que había decidido no tener más hijos. Convenció a mi padre y, ante la negativa de practicárselo la hermana de su padre, que era matrona, se fueron a Londres, donde sí era legal. Así que en estas supuestas vacaciones se había quedado esa vida.

Me enfadé muchísimo, me peleé con ella, cogí mi juguete favorito y me fui de casa toda decidida, no quería estar con ella. Me presenté en la tienda de alimentación que había cerca de casa y le pedí a la propietaria, que me caía muy bien, si me quería adoptar, que mi madre no quería tener niños. Naturalmente, ella se lo tomó como una chiquillada, una rabieta, y llamó a mi madre para que me fuese a buscar, ya que yo me negaba a volver a casa. Me gané un buen castigo ese día.

Tomé ya en esa época la decisión: la decisión de que yo tendría una familia muy numerosa.

Al empezar a hacerme mayor me percaté de que mi madre tomaba asiduamente antidepresivos. No sé qué tipo de heridas la llevaron a tan temprana edad a tomar esa medicación; hace muchísimo tiempo, desgraciadamente, que no tenemos contacto.

Desde siempre, aun estando totalmente alejada de la fe —tengo 52 y hace apenas 5 años de mi conversión— he tenido un rechazo tremendo al aborto; hasta tal punto que, al aproximarse el parto del que es mi hijo mayor, le dije a mi marido toda convencida: “Si surge algún problema durante el parto y tienes que elegir, elige al niño por favor. Como no lo hagas y respetes mi voluntad, te mato.”… Él me tomó por loca, me dijo que las hormonas del embarazo me habían hecho perder el juicio y me pidió que no volviese a mencionar ese tema.

Nuestro hombrecito nació en un parto natural, rápido y perfecto, al igual que su hermano, 16 meses después. Éramos muy jóvenes, 22 y 24 años, sin dinero, trabajo precario, pero con una idea clara de ser padres, de formar una familia. Y como el amor todo lo puede, salimos adelante. Cuando me quede embarazada por tercera vez, nuestra situación, en general, era mucho mejor, pero esta vez fue mi cuerpo el que falló y tuve que permanecer todo el embarazo en reposo, con media placenta desprendida, niños pequeños a los que atender… El médico nos habló claramente: no sabía en qué condiciones nacería, le había faltado alimentación, era muy pequeña… Pero confiamos, nos daba igual, ya era nuestra. Y el día que nació fue un día de júbilo y fiesta.

Pero mi cuerpo ya estaba dañado, no se recompuso. Podía quedarme embarazada, pero no había posibilidad de que un futuro bebé siguiese adelante, mi cuerpo lo rechazaría. Y así ha sido estos últimos 25 años. No sé con certeza si en algún momento he llegado a concebir algún hijo más, y si es así le pido perdón, porque mi mayor deseo hubiese sido tener unos cuantos más.

Pero de la misma manera doy gracias por casarme joven, sin miedos, abiertos a lo que viniese; y sobre todo, abiertos a la vida, llenando nuestro hogar de alegría. De no haber sido madre tan joven, no sé si hubiese podido llegar a serlo.

Y para mi no hay amor mas grande como el de dar la vida por otro, como el que da una madre a sus hijos.

Os animo a dar ese paso adelante, ese sí, el único en la vida por el que jamás te podrás arrepentir.

Margalida Duràn

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